Después de mi terrible experiencia utilizando el medio de transporte símbolo de progreso en la ciudad bonita, Metrolínea, decidí que es menos peor tomar el bus urbano... a costo de quince minutos más de dolor de espalda; porque como lo indica el lema del nuevo Sistema Integrado de Transporte Masivo, sí, “nos mueve” pero en total hacinamiento, en medio de malos olores y sudor, que en cada estación se triplican, además del peligro que pueden correr los pasajeros situados al lado de la ventana y quienes están en la puerta, o puede salirse o bien quedar colgando de este innovador e incómodo servicio público.
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vs.
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Así, cada vez que me dirijo desde mi hogar, en el sur de Bucaramanga, hacia mi universidad: la UIS, llegando al norte, lo hago en la ruta de Cañaveral que me pasea casi de extremo a extremo por mi ciudad natal.
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Ese miércoles desperté, me bañé, me arreglé, desayuné junto al amor de mi vida y salí como de costumbre para ir a clase de diez. Pero al terminar de bajar los cinco pisos, desde una considerable distancia vi cómo venía y así mismo cómo se iba la única ruta que pasa por el conjunto cada veinte minutos, que por fortuna me lleva cerca de mi alma máter. Lo malo fue que salí en el tiempo justo y debía esperar el siguiente bus, ¡juemadre! ¡voy a llegar tarde!
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En medio de mi impotencia decidí caminar pausadamente siguiendo la ruta mientras se pasaba el tiempo para la llegada del otro bus, así pasó, hice un poco de ejercicio tan recomendable en mi estado, tomé por fin el bus y me senté de lado de la ventana compartiendo puesto con una señora que se veía muy seria. Por cierto, como dicen vulgarmente, se me murieron todos los parásitos y amebas del susto tan tenaz porque ese conductor parecía en una carrera de Nascar, ñaaaaaaaaaaaaaaa, no bajaba la velocidad ni en las curvas y yo no sabía si sentirme aliviada porque no iba a llegar tan tarde o bajarme corriendo al verme expuesta bajo la responsabilidad de ese inconsciente.
Por suerte, bajó la velocidad cuando pasamos por los lados del Éxito Oriental, allí había un puesto de control y el chofer alcanzó el tiempo promedio que debería llevar en esa zona, lo que hizo que ahora sí manejara como un ser humano con raciocinio. Subían y bajaban pasajeros, yo sentía en mi rostro el delicioso aire fresco sin tanta polución porque por detrás del estadio de atletismo de la flora no hay congestión.
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Luego de un rato se subió una vendedora ambulante ofreciendo varitas de incienso, una señora bien vestida, peinada, con aspecto casual de mujer emprendedora dispuesta a no dejar pasar hambre a sus hijos, uno puede notar eso en su semblante y yo lo corroboré en su monólogo de madre cabeza de hogar desempleada y sin oportunidades, donde se notó el claro amor por sus hijos, no sé si fue por mi estado de mujer gestante, a lo mejor, pero yo le creí en medio de su trato respetuoso de amigos y en su falta de tono monótono que tiene los vendedores ambulantes que lo hacen de forma mecánica y aburridora, cero convincente. Lo que me molestó es que la señora que iba a mi lado no se tomó la molestia ni de decirle –no, gracias sino que la ignoró como si no existiera, le volteó la cara y la dejó con la mano extendida y la palabra en la boca. No hay derecho, pienso que con un gesto de negación con su cabeza hubiera sido diferente la cosa.
En fin, le compré una caja de incienso de canela porque me encanta esa fragancia y la admiré por no dejarse vencer ante cualquiera que sea su situación problema.
Yendo por la carrera treinta y tres miro el reloj, me doy cuenta de que ya era hora de la clase y me faltaban todavía como veinte minutos de camino, curiosamente los que tuve que esperar por no salir un minuto antes. Alcancé a escuchar de fondo la emisora que encendió el conductor y me pareció extraño que no fuera aquella en la que suena un estruendoso pito de tractomula, tan preferida por los conductores de bus urbano de la ciudad, no se entendía mucho de aquella información que se debatía pero al escuchar el nombre de Samuel Moreno Rojas, el hermano de un ex-alcalde de Bucaramanga, supe que hablaban de política y corrupción. Luego, tras de un “quedamos atentos” acompañado de noticias internacionales se finalizaba el programa informativo de la F.M.
¡Muchísimas gracias! gritó la mujer vendedora de incienso mientras se bajaba a seguir su rutina de trabajo, mientras yo miraba por la ventana, en espera de algún suceso anormal en medio de la cotidianidad citadina, y es que en un recorrido de cuarenta y cinco minutos pueden suceder mil cosas, lo difícil es que note al menos una, porque normalmente soy muy distraída y relajada.
Cuando llegué a mi destino y me disponía a bajarme, eché un vistazo y me di cuenta que después de haber estado lleno el bus, mas no repleto, sólo quedaba un pasajero ¡claro! con ese recorrido tan largo era de esperarse que quien lo soportara, como yo, ya era por pura y física necesidad. Caminé las cuatro cuadras para llegar a la U, triste notar que lo primero que se ve es una tanqueta de la SMAD y a todos esos hombres parados ahí, perdiendo su tiempo, su vida, aunque si no pensaron en estudiar ¿qué se les puede pedir?
Al fin, luego de tomarme un vaso de naranjada, llego tarde a seguir mi academia.
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Imagen 3 tomada de: http://www.revistasoho.co.cr/contenido/articles/1349/6/MalasManas/Paacuteginas6.html
Imagen 4 tomada de: http://3dicom.wordpress.com/
Imagen 5 tomada de: http://lacuevadelmiguel.over-blog.es/article-el-incienso-y-sus-quemadores-70916774.html
Imagen 6 tomada de: http://www.cernea.net/?p=2381
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